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Carmen Domingo

¿Os acordáis de Amina Lawal?

Hace unos días comentábamos una amiga -Laura- y yo un curso que hicimos hace años de ONG y cómo nos explicaban que no se debía intervenir en las costumbres culturales del país al que se estaba ayudando en ese momento –en aquel entonces nos pusieron el ejemplo de las ablaciones y de unos pozos que contaré otro día-. Es cierto que los occidentales, antes, ahora y siempre, tenemos una “sana” costumbre que me temo es difícil que modifiquemos y es que tendemos a imponer nuestra cultura –“la única buena”- allá donde vayamos y en el caso de las ayudas al Tercer Mundo esta tendencia se acusa. Pues bien, hoy sale en El País una noticia sobre Amina Lawal que parece que ejemplifica lo anterior. ¿Os acordáis de ella?

Su caso –condena de lapidación por adulterio- fue uno de los primeros que puso en macha las campañas de firmas a través de la red. Y  se logró que el tribunal islámico de Nigeria la absolviera y pudiera regresa a su pueblo, Kurami, donde en la actualidad vive con dos de sus hijos. 

Dejadme antes de seguir que os explique el argumento para lograr su absolución, porque lo he encontrado surrealista. Una vez el padre de su hija –que no estaba casado con ella- jurara ante el tribunal que la niña no era suya fue liberado sin cargos -cuando jura un hombre es que jura de verdad, claro-. Como corresponde. Mientras que ella, que juró que tuvieron relaciones porque le prometió que se casarían,  fue condenada a ser llevada a un lugar público, entrerrada hasta el cuello y ser apedreada hasta la muerte. El hecho de no estar casada –se había divorciado hacía un año- y tener  un hijo la convertía de inmediato en adúltera y justificaba la condena.  Sus abogados –y esto es lo que me ha sorprendido- plantearon entonces una estrategia basada en las viejas teorías del pensamiento islámico malikí, según las cuales, una mujer puede dar a luz a su hijo hasta cinco años después de ser concebido -¡diga usted que sí!- y los jueces dieron por bueno el ardid y anularon la condena en septiembre de 2003.

Hasta aquí todo bien.  Y esto es, sin duda, lo que más les gusta a algunos de los trabajadores de ONG. Pero los occidentales igual que ayudamos, olvidamos la ayuda y cuando según nuestro criterio ya está resuelto un tema cambiamos a otro y dejamos en el camino a miles de inocentes que, como Amina, tuvieron a bien fiarse de nosotros. Ahora Amina tiene 34 años y su destino ha dejado de estar en manos de su marido para estar en manos de sus familiares hombre. ¡Sí señor, un gran cambio! Que ella asume como le han enseñado: "Es Alá el que decide por nosotros". 

Allí la dejó Occidente una vez ganado el juicio. Pero no contenta -la ONG y su abogada- con retornarla a su pueblo ¡le buscaron un marido! ¡Hicieron un casting en la ONG WRAPA (Avance y Protección Alternativa para los Derechos de la Mujer), por aquello de que la mujer decida, imagino. ¡Una asociación de mujeres que se plantea hacer un casting de maridos! Ahora sí que dudo entre sorprenderme o cabrearme, si queréis que os sea sincera. Un marido “que no me gustaba”; dice ella en la mini entrevista de El País y volvió a quedarse embarazada. 

Y mientras, y esto es lo mejor, los occidentales de pro que ayudaron a Amina, que lograron su absolución, rentabilizan su triunfo en protagonismo, popularidad y fama, imagino, y ya ni recuerdan su cara. Ni, por supuesto, se preguntan cómo habrá logrado sobrevivir. Eso, me temo, no les interesa mucho porque ya se ha rentabilizado en los medios. “Es la voluntad de Alá”, dice Amina y, me temo, que en realidad es el eterno egoísmo de occidente.

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