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Carmen Domingo

De mujeres taxistas y bodas clasistas

Llego a casa encantada.

He regresado en un taxi conducido por una mujer taxista y, no tengo enmienda, no he podido evitar preguntarle cosas de su trabajo: "somos pocas y no acaban de entender porque no paramos a tomar un carajillo, o a beber una cerveza a media mañana". Así son las cosas. Y además "no les gusta que trabaje más de doce horas al día y que tenga una licencia que libra los lunes (me ha aclarado que eran las más caras, porque el lunes había poco trabajo). En fin... total, que me he quedado con ganas de seguir hablando.

Y al llegar a casa, ¡craso error!, me da por encender la tele y hacer zaping y.. ¡la boda! La televisión pública y el resto de las cadenas dedicando reportajes, desde los capones palentinos que se comerán los invitados o las prácticas de recorrido por la alfombra roja de los nietos de los reyes que llevan dos días andando por ellas ("qué graciosos", apunta la periodista). Y no contentos con eso (vamos a ordeñar la vaca todo lo que se pueda) llegan los testimonios, las entrevistas a aquellos que dedican las horas libres que les dejan sus jornadas de trabajo (esas de salario mínimo) a ensayar corales como regalo de bodas, mantillas bordadas, quesos artesanos.. ¿se habrá instaurado de nuevo el diezmo y yo no me habré enterado?

Y mientras, puesta ya frente a la tele, me resisto a creer que no encontraré ni amago de crítica al fasto evento. Y, craso error de partida, aquí no existe crítica en los medios de comunicación tradicional. ¿Crítica?, si por no hablar ya nadie nos habla de la constitución europea que va a adoptarse a la de ya. Lo dicho, me tengo que volver a la red. En fin... siempre nos quedará internet, que diría Bogart.

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